domingo, 16 de diciembre de 2007

Lo que ofrece la calle

Hace días que no escribo. No es que me hayan faltado temas. Lo que suceder es que ando un poco dispersa por el mundo, dedicada a disfrutar de los amigos y de las plácidas noches santiaguinas, antes que recogerme en la tranquila soledad de mis palabras.
Hoy las endilgué hacia Santiago centro. Viajo mañana a Suecia y siempre llevo en la maleta alguno que otro objeto “made in Chile”. Como lentamente vamos perdiendo la costumbre de caminar (así andemos a zapatazos con el Transantiago), tomé la decisión de dejar que fueran mis propias extremidades las que me llevaran hasta el Mercado Artesanal que existe frente al Cerro Santa Lucía. Me fui caminando por el Parque Costanera (se llama así el que va bordeando Providencia??). Cuando me acercaba al metro Salvador una música fuerte irrumpió en mis oídos. A medida que me iba acercando se iba haciendo más fuerte, sumada a ella una voz potente que incitaba al movimiento. Efectivamente, cuando ya estuve en el lugar de los hechos, me di cuenta que en pleno parque, bajo el sol que golpeaba fuerte a esa hora un grupo de mujeres y hombres, de todas, todas las edades, estaban luchando con una entrega total para seguir los movimientos que eran presentados por el instructor. Me quedé un rato allí. Observé cómo personas sin ninguna coordinación, de esas que brazos y piernas actúan totalmente disociados, no se inmutaban ante la expectación de otros, y allí estaban siguiendo descompasamente el ritmo de la música. Otras con muchos años a cuestas se esforzaban para sumarse a los movimientos. En fin, un grupo multifacético ligados por el único deseo de someter al cuerpo (que bien lo vale) a sanos ejercicios físicos. Cuando llegué a la Plaza Italia me di cuenta que el tránsito por la parte norte de la Alameda estaba suspendido. Lo primero que pensé fue que más de algún despistado estaba protestando en pleno domingo. Nada...El mismo espectáculo que ya había visto en el Parque se repetía un par de cuadras más adelante, plena Alameda. Será verdad tanta maravilla?, me dije. Será que hemos entendido lo importante qué es el ejercicio físico?...Y no sólo eso. Había ciclistas, malabaristas, niños jugando al hockey en patines, los más pequeños lanzándose por un tobogán inflable. Nunca logré enterarme de quien (o quienes) era (n) el (los) responsable(s). Lo cierto es que sea quien sea bien vale la pena aplaudir la iniciativa.



Cuando ya hube hecho mis compras (que a final se redujeron a tres pintorescos monederos de cuero) pasé a la acera del frente al percatarme que en el frontis de la entrada de la Biblioteca Nacional había un escenario en espera de ser ocupado. Me acerqué y allí me encontré con dos amigos (Ricardo Venegas y Ismael Oddo, ambos del Quilapayún histórico, el verdadero y único), quienes me informaron que pronto iba a comenzar el Oratorio de Navidad según San Lucas, compuesto por Ángel Parra mientras estuvo prisionero en Chacabuco. Por supuesto que ello fue razón de más para quedarme y realmente valió la pena. No sólo estaba Ángel Parra como solista, sino que al fondo se alineaban las afiatadas voces del Coro de la Universidad de Chile. La lectura de los textos estuvo a cargo de Humberto Duvauchelle. O sea realmente un espectáculo de primera con un público de tercera, cuarta categoría. O sea no es que los que estábamos allí desmereciésemos. Ese no fue el punto. La categoría la pongo por la escasez de público. Cuantos estaríamos allí??...Con generosidad un poco más de 100. Muchos de ellos, me imagino, familiares de los coristas y los más despistados como yo (entre ellos algunos turistas) que se enteraron al paso y que se quedaron para ver lo que pasaba...Da pena que se pierdan espectáculo de este nivel, absolutamente gratuitos (y después alegamos que no hay cultura). Me pregunto ¿dónde hubo información al respecto?... y luego, ¿quien sería el cerebro que programó un espectáculo de esta naturaleza para el mediodía de un día domingo, previo a Navidades y bajo un sol que golpeaba duramente?...Fue sin duda una mala manera de malgastar tiempos y entrega artística de todos los que participaron en este espectáculo, con una música bellísima y con la voz de Ángel Parra, que no pierde su fuerza a pesar de sus años.

martes, 4 de diciembre de 2007

La silenciosa vigilancia

Poco a poco nos estamos convirtiendo silenciosamente y sin ninguna protesta en personas observadas, chequeadas y registradas...No, no estoy hablando de lo que puede ser el control policial, aduanero....Me refiero a las sutiles formas de control que están siendo implementadas en bancos, edificios... en fin, en todos aquellos lugares que se supone que uno llega como un desconocido.
La primera experiencia la tuve temprano en la mañana cuando fui a cambiar un cheque (pago esmirriado a un sueño) y luego de esperar mi turno en la larga fila que diferencia a los no clientes de los que sí tienen cuenta y que reciben un trato más presuroso, llegué finalmente a la ventanilla...Con una mirada desconfiada (siempre los cajeros le entregan la sensación a uno que se está presentando un documento, falso, robado, adulterado, etc.) fue chequeando todos los datos. Una mosca me dio a entender que al menos en el documento estaba todo en orden. De allí tuve que colocar la huella de mi pulgar derecho (por supuesto con la famosa tinta de tiempos pretéritos)...Pero allí no terminó todo...Faltaba la última incursión controladora... Mi carnet fue pasado bajo una máquina al tiempo que me pedían que colocase la yema del pulgar (derecho de nuevo) sobre una sofisticada maquinita...Cuando se hubo comprobado que mi huella en el carnet correspondía a la que revelaba la máquina, procedieron al pago del documento... Cómo amé mi dedo pulgar que me dio el pase a la legalidad.
La segunda experiencia del día fue más heavy. Como debía hacer cambio en la fecha de retorno a Suecia (todo ello como consecuencia de mi cambio de vida) tuve que dirigirme a las oficinas centrales de la compañía aérea. Estas quedan en un exclusivo lugar dentro de un exclusivo edificio. Por supuesto que a pesar de mi inocente, tranquila y seria apariencia, debí registrarme en el mesón de la entrada. Entregué mi carnet, dije al piso y oficina donde iba...El personaje detrás del mesón anotaba y anotaba, todos mis datos...Cuando yo ya pensé que mi documento sería devuelto, vino la parte culminante...”Mire hacia la cámara que debo tomarle una foto”, me dijo...Fue tal mi sorpresa que no reaccione y como idiota (con el perdón de ellos) puse mi mejor cara telivisiva y en un rápido accionar quedé registrada con mi bello y arrebatador rostro...
Bueno, seguí sin decir nada hasta recién ahora me he puesto en pensar en este hecho y varias preguntas me asaltan. ¿esta permitido fotografiar alegremente sin que uno dé una autorización? ¿A quien y para qué sirven esas fotos? ¿estamos en camino de ser registrados aún en nuestros más simples pasos?...realmente asusta el que se esté haciendo uso de estos métodos que violentan la integridad en aras de aumentar la seguridad pública...y el que nadie (como yo que torpemente callé) diga nada....

lunes, 3 de diciembre de 2007

El show de la Teletón

Este fin de semana los chilenos se olvidaron del Transantiago, de las disputas políticas, de la discusión del salario justo, de la falta de dinero para llegar al fin de mes, de los regalos de Navidad, y se convirtieron en espectadores/actores del mayor show del año: la Teletón. “27 horas de amor” se llamó esta jornada que tenía como meta recaudar más de 11 mil millones de pesos para mantener las instituciones que entregan asistencia a cientos de niños con algún tipo de limitación física. El territorio se convirtió en un gran escenario para recibir a todos los miembros de la amplia farándula nacional (políticos incluidos) que animaban y convocaban a hacer los depósitos para llegar a la meta. La televisión se llenaba de dramáticas historias que apelaban a los más íntimos sentimientos y que a muchos los arrastraba obligadamente hasta las cajas abiertas del Banco Chile. Se lloraba y se reía en un solo momento. Cualquiera que desde fuera hubiese presenciado este espectáculo hubiese concluido que los chilenos somos un país tremendamente solidarios, que sabemos reaccionar y sumarnos al dolor del otro. Pero, la cosa no es tan simple... La solidaridad, la generosidad, la comprensión del dolor del otro no se basa en un espectáculo anual...La solidaridad, el ser solidario, es un permanente estado de compromiso, de ayuda, de aceptación del otro... De aceptar al otro en su diversidad, en su diferencia y entregarle la misma posibilidad de desarrollo, de integración a la sociedad. Lo otro, el dar en un momento determinado es una ayuda, que en muchos casos sirve para expiar culpas, para sentirse, al menos por un momento, generosos y en coincidencia con el otro. No hay que engañarse con las pequeñas apariencias. Bien, por los cientos de niños que se ven beneficiados por la obra de la Teletón...Pero, evidentemente esa es una responsabilidad que nos corresponde permanentemente a todos como Estado, lo mismo que erradicar la indigencia, el permitir el acceso libre y sin costos a la salud y a la educación, a entregar viviendas dignas, el generar condiciones de trabajo humanas, en fin...Cuando en conjunto sepamos dar respuesta a las necesidades básicas del grueso de la población, entonces sí que nos podremos enorgullecer de nuestra solidaridad..

Con la musica en el alma...



Estos últimos días han sido intensos, diversos, matizados...Me cuesta aún hacerme cargo de esta mi nueva situación, que de repente perdió su rutina, su diario hábito...Pero, como dicen, no hay mal que por bien no venga, y acá estoy tapada de optimismo esperando que el cambio llegue prontamente.
Veamos algunas perlas de este día. Parto con el jueves en la tarde. Lugar: Estación Mapocho. Programa: “Violeta Parra Sinfónico”, de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción bajo la dirección de Guillermo Rifo con la exclusiva participación de Claudia Acuña. O sea una mixtura que me atrajo como un imán (además que me daría la ocasión de vibrar con mis antiguos compañeros del “checalecalón, checalecalón”). La cita estaba fijada a las 19:30 horas, Cuando llegué (con la suficiente anticipación ya que las entradas no sólo eran gratuitas gracias al patrocinio de la Minera Escondida, sino que además no eran numeradas), quedé sorprendida con la cantidad de público que ya copaba más de la mitad del hall central del Centro Cultural Mapocho. El espectáculo se inició pasado algunos minutos de la hora señalada. El concierto partió timidamente. El “Run, run se fue p’al norte” como que no logró encontrar el escondido dolor de la partida, tampoco sucedió con las tres canciones siguiente. Pero, de repente fue como si solista y orquesta encontraran su mágico ajuste para darle la intensidad, dulzura y el desgarrador dolor de las composiciones de nuestra Violeta. Desde allí todo fue de más en más. Los aplausos al término de cada presentación eran interminables. Cuando las doce canciones del repertorio concluyeron nadie abandonó su puesto. De pié con gritos mezclados con aplausos se hizo volver una y otra vez a Claudia Acuña y al director Guillermo Rifo. Tanta insistencia llevó a dos temas extras. El primero “Maldigo del Alto Cielo” hizo que cada palabra puestas en él por Violeta, cuando ya la sombra de la muerte acechaba su espíritu, recobrara esa potencia, ese desgarro del alma en la voz de Claudia Acuña, quien sin duda aquí logró la conexión profunda con el alma ausente de Violeta, para transformarse en un sólo lamento. Qué regalo para el espíritu lo que allí sucedió. Bien por la Orquesta Sinfónica de Concepción que busca así rescatar la música popular chilena.

Pero la noche no se terminó allí. La Casa en el Aire nos acogió con ese calorcito íntimo que contaba con el cantar irreverente de mi amigo Joaco (ya me dio autorización para llamarlo así y me elevó a la categoría de amiga). Sin duda ello sirvió para llevarnos a aterrizar en nuestra querida realidad. La madrugada nuevamente nos sorprendió, y apuró el paso ya que aún restaba un día de trabajo. Viernes tarde, encuentro con amig@s para hacer el necesario análisis de los últimos acontecimiento. Nuevamente la noche se cerró con La Casa en el Aire ahora con las voces de Nico y Joaco. Todo un acierto el decidir endilgar nuestros pasos a Bellavista y La Casa... La calidad musical de ambos, la compenetración tanto en lo instrumental como en voces, hizo que valiera más que la pena el alargar nuevamente el día hasta el amanecer. No se lo pierdan si es que nuevamente lo ven en la cartelera de La Casa...