sábado, 2 de febrero de 2008

Lo que vi de Volodia

¿Será que a los sabios, pensadores, creadores la muerte les exprime el cerebro?...Esa fue la sensación que me golpeó cuando me acerqué y vi el rostro de Volodia Teitelboim, tras el cristal de su ataúd...Era tan frágil y pequeño como una muñeca, ni siquiera de porcelana, sino de cera/goma...
Mi amiga/compañera/viajera que estuvo también en el velatorio en el ex Congreso, me dijo que pareciese que se hubiese jibarizado... La palabra me resultó fuerte aún cuando la visión que tenía ante mis ojos no andaba muy lejos de ello...

Yo he visto muchos rostros de muertos a lo largo de mi vida (qué extraño, ahora lo pienso, entre todos ellos no están el de mis padres...partieron sin esperar mi llegada) y nunca me había quedado tan impactada como ayer. Recuerdo la muerte del padre de un amigo que eran de la Iglesia Ortodoxa...Cuando llegué a la misa final (en la misma hermosa Iglesia de finales de 1400 donde me despedí de otros muertos), había que pasar de inmediato a hacer el saludo final del finado...Estaba acostado como en un lecho de flores y telas, totalmente al descubierto, como si de la cama hubiese saltado a este lecho del término de su jornada de vida. Yo no lo había conocido en vida, pero verlo allí tan tranquilo y en paz, me dije que había sido una pena no haberlo encontrado en otras circunstancias. Otro funeral que mantengo en la memoria es el de un joven amigo a quien las drogas le arrebataron la vida. Tenía una voz excepcional y un carácter endemoniado. Era turco/cristiano. Cuando término la ceremonia, las mujeres todas vestidas de riguroso negro de pies a cabeza y que se habían ubicado al lado derecho del recinto, comenzaron a gritar, con esos gritos guturales que salen del frenético movimiento de sus gargantas, mientras los hombres habían tomado en sus hombros el féretro y lo agitaban y lo agitaban, al ritmo de sus propios lamentos...Fuerte, realmente... Así en este agitar del ataúd, de casi lanzarlo por los aires iniciaron la marcha fúnebre hasta la tierra abierta, en el cementerio ubicado al lado de la Iglesia. Por último tengo las imágenes de un funeral musulmán, de la abuela de un amigo somalí...Allí sólo fui testigo lejano, las mujeres tuvimos que permanecer encerradas en el bus que nos había llevado hasta el cementerio...Yo era la única extraña en ese grupo de tez negra, suave, brillosa, vestida con sus trajes de algodón blanco que las cubrían enteramente. Después me contaron que son las mujeres las que se encargan de preparar el cuerpo muerto...Lo lavan minuciosamente, lo visten de ceremonia, mientras lo despiden entre rezos y cantos...
Pero lo de ayer fue distinto...Volodia, aquel señor a quien mucho respetábamos más allá o más acá de su militancia política, de figura imponente (o tal vez no lo era tanto, sino más bien era su palabra la que la engrandecía), de un rostro inolvidable, parecía haber desaparecido, haberse reducido hasta el extremo mismo. No sé quien acotó que el desenlace de su relación paterna con su hijo Claudio (que descubrió a muy tarde que no era su hijo), le había arrebatado la vida y que desde entonces había comenzado a morir...Tal vez algo así pasó, que en tanto tiempo de ir muriendo casi quedó en nada... aunque realmente qué importa, si en ello todos nos convertimos cuando la muerte nos llega...